domingo, 11 de octubre de 2015

L’ ESPILL DE LA HISTÒRIA: LA VAGA GENERAL de 1.917

Por Jacinto Martin  . Va, pues, España a entrar en el siglo XX con una sociedad manifiestamente dividida en dos: una parte dueña del poder y del privilegio, y la otra, ansiosa de bienestar, de vida mejor, de justicia y de paz.

 En los primeros tres lustros del siglo, la vida española aparece verdaderamente en descomposición. Se quiere vivir y no se acierta. Todos están desorientados y sin camino.

Los políticos regeneracionistas proclaman que el país necesita reformas y que ellas han de conseguirse con una revolución desde arriba: intento descabellado  e imposible con un caciquismo institucionalizado y unas elecciones falseadas.

Es entonces cuando  se intenta una  legislación social elemental (ley de accidentes, de regulación del trabajo de mujeres y niños, Instituto Reformas Sociales, descanso dominical, retiro  obrero, inspección de trabajo, etc). Legislación teórica y a tientas, ineficaz e incumplida, confundida y confusa por la repetición y sustitución de los cuerpos legales.

La agitación social es endémica. Grandes huelgas campesinas en 1902 1903 y 1904 (trece grandes huelgas en el campo de 1908 a 1914). Campaña agudísima y tenaz en pro de las ocho horas. Huelga de tranviarios en Barcelona. Conflictos en la región industrial vasca. Gran huelga ferroviaria en 1912. Y como nota más alta, la Semana Sangrienta de Barcelona en 1909.

Pero no todo es negativo. El pueblo está vivo. Parte selecta de ese pueblo son las huestes sindicales, la única parcela popular organizada.

Las dos grandes líneas asociativas, la sindicalista y la socialista, entran en el siglo ciertamente perseguidas y obstaculizadas por la enemiga de las clases capitalistas; ciertamente radicalizadas, pero adultas y  siempre fieles al hambre y sed de justicia del trabajador.

Forman su base hombres sencillos, ahogados por necesidades económicas graves, víctimas de la dureza del sistema. En el vértice, una minoría extremista se ha adueñado de los resortes de la organización. Pero a pesar de todo, la asociación profesional sigue indefectiblemente fiel a su construir, fiel a su fe en la capacidad obrera.

En los primeros quince años hay una floración  de centros  de educación  obrera. La U.G.T. monta  sus Casa del  pueblo, y los confederales, sus  Ateneos Sindicales y sus Círculos  obreros. Y en 1916, fecha inicial de la acción que estamos analizando, existe un cuerpo compacto: asociaciones (sindicatos, cooperativas, mutualidades,  sociedades instructivas y recreativas). Verdadero edificio construido pacientemente por las manos del pueblo. Véase esta estadística del Instituto de Reformas sociales, referida a la sola provincia de Barcelona: Sindicatos profesionales 493, Cooperativas 63, Sociedades de Socorro Mutuo 90, Instructivas y Recreativas 17, Sociedades Políticas 3, Federación de Sociedades 11.

La acción sindical, aunque teñida de violencia, defiende las reivindicaciones típicamente laborales: salarios, condiciones generales de trabajo. Sigue fiel a la tradición primitiva societaria. La violencia es una supra estructura que el capitalismo, duro de cerviz y de corazón, ha colocado sobre la estructura autentica reivindicativa.

El pueblo era la parte sana del cuerpo social, la parte activa, socialmente viva. Y esta parte del cuerpo nacional, no corrompida, es la que se alza en 1917 contra las otras partes, enfermas y gangrenadas.

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